El concurso público para construir la nueva casa del Real Betis quedó desierto y obliga a buscar acuerdos directos con constructoras especializadas
La historia del nuevo estadio del Real Betis parecía escrita sin grandes sustos. Era cuestión de demoler, construir y volver a casa sin demasiados retrasos. Pero la realidad, ya sabes cómo es, siempre encuentra la forma de torcer los planes. El concurso público de más de 150 millones de euros quedó desierto. Y ahora el proyecto, que ya había comenzado con la demolición del Benito Villamarín, tiene que reconfigurarse sobre la marcha. El tiempo corre, los costes suben y la directiva bética se ha visto obligada a activar un plan alternativo para que el sueño verdiblanco no se eternice.
¿Qué ha pasado exactamente? Ninguna constructora presentó una oferta que encajara con los criterios técnicos y económicos fijados. Parece una anécdota, pero en obras de esta magnitud es un golpe importante: obliga a rehacer números, renegociar condiciones y, sobre todo, reordenar el calendario. Por eso el Betis ha activado el “plan B”: abrir negociaciones directas con dos o tres grandes constructoras para ajustar precios, plazos y responsabilidades. Menos burocracia y más pragmatismo. O al menos eso esperan en Heliópolis.
El Real Betis mantiene la demolición del Benito Villamarín, aunque ya asume que jugará en La Cartuja una temporada extra
Aun sin adjudicataria definitiva, la maquinaria ya está en marcha. En noviembre seguirá la demolición total del antiguo Benito Villamarín, mientras otra empresa se encargará de la fase de excavación y contención durante el primer trimestre de 2026. Para facilitar el proceso, el proyecto completo se dividirá en tres fases. Es una manera de evitar que todo dependa de una única licitación y de reducir el margen de riesgo financiero.
El problema está en el calendario. El Real Betis ya juega en el estadio de La Cartuja, donde esperaba pasar dos temporadas. Sin embargo, en el club ya se asume lo inevitable: podrían ser tres. Y eso duele. No solo por la incomodidad deportiva, sino por el bolsillo. El nuevo estadio estaba proyectado para generar más de 20 millones de euros anuales en ingresos por explotación: conciertos, eventos, restauración, zonas VIP… Todo eso se retrasa, y cada año que pasa es dinero que se esfuma.
La afición lo intuye. El nuevo Villamarín debía ser una joya moderna, un símbolo de crecimiento del club y un salto económico clave para competir mejor en LaLiga. Pero nada grande se construye sin obstáculos, y ahora toca gestionar esta curva inesperada.

La inflación, la falta de mano de obra especializada y los plazos ajustados ponen presión al proyecto bético
Lo que está pasando en Heliópolis no es una rareza. El sector de la construcción vive un momento complejo: falta mano de obra, los precios de los materiales suben sin aviso y las constructoras se lo piensan dos veces antes de cerrar contratos rígidos a varios años vista. El riesgo es alto y la volatilidad económica hace que cualquier presupuesto pueda quedarse viejo en cuestión de meses.
Aun así, desde el club y desde empresas del sector piden calma. Las negociaciones directas son habituales en proyectos de este tamaño y, de hecho, pueden ser una solución práctica para evitar otro concurso desierto. Ajustar costes, flexibilizar condiciones y blindar márgenes de seguridad es la única forma de sacar esto adelante.
Mientras tanto, en el césped o mejor dicho, en la grada visitante de La Cartuja, la gente mira el calendario y cruza los dedos. Nadie quiere que el nuevo estadio se convierta en un déjà vu eterno. El reto es claro: asegurar la adjudicación cuanto antes, garantizar la financiación y devolver al Betis a su hogar sin más sobresaltos.




