Ahora que empieza un nuevo ejercicio futbolístico volveremos a escuchar por boca de futbolistas y dirigentes aquello de hay que ser humildes. Ésta es una frase muy típica que se oye mucho en el mundo del fútbol. Muchos futbolistas lo dicen por doquier. En ciertas esferas se ha vuelto incluso una costumbre. Sin embargo, en ocasiones se repite en exceso, pudiendo llegar a cansar cuando la palabra humildad se utiliza de forma inadecuada. La palabra humildad, cuando es mal entendida, todo lo que tiene de bienintencionada lo tiene de mentirosa, de cobarde, de anestesiante. La humildad mal entendida justifica los batacazos, las oscilaciones, las volatilidades, las vuelta atrás. Y no debe ser así. Muchos futbolistas y miembros de clubes la recitan para curarse en salud. Pero una cosa es fracasar y otra es asumir el fracaso como una posibilidad cotidiana. Además, no es del todo cierto que para ganar haya que ser humilde. Hay muchísima gente que ha triunfado y que es de todo menos humilde. Humildad en el trato, sí. En el comportamiento, también. Humildad para el aprendizaje y la mejora continua. Pero no en el desempeño de la profesión, en el terreno de juego. Ahí, grandeza, ambición, mentalidad, mejora. Eso es lo que te hace ganar, no la humildad. La humildad por sí sola no sirve absolutamente de nada. Es un escudo de mentalidades acomodaticias. Jugadores y dirigentes debieran saber que la ambición y la grandeza es responsabilizarte con los éxitos, con el progreso. Responsabilizarte de lo conseguido. De asumirlo como un punto y seguido. Como un nuevo punto de partida. De saberte mejor y ser consecuente y responsabilizarte por ello. Menos “es ques” y más “hay ques”. Es hora de desterrar de una vez la humildad como excusa. Con las excusas desaparecen los errores. Decía Ernesto Sábato que para ser humilde se necesita grandeza. Pues clubes y futbolistas debieran hacerle más caso y no querer saltarse un paso. Por @PaulFraga