Es muy propio que cada vez que se juega una gran competición, como un mundial, aparezcan ciertas sorpresas en forma de futbolistas. Futbolistas que no habiendo sido considerados a priori como “cracks” se destapan con brillantes intervenciones. Son jugadores cuya capacidad de impacto puede ser incluso superior a la de las grandes estrellas establecidas debido al efecto sorpresa. Aquí es donde entra en juego un elemento tan real como potencialmente dañino que deriva de este asombro. Este elemento no es otro que la expectativa.
Cuando no existen expectativas, el buen desempeño de un futbolista determinado genera una sorpresa que afecta a los sentidos más impulsivos de aquellos equipos que otean el mercado en busca de fichajes y figuras incipientes. Lo que se traduce en que al final estos mismos equipos acaben adoptando decisiones viscerales en lugar de racionales.
Y la visceralidad en la toma de decisiones es peligrosa. Porque en multitud de ocasiones esta impulsividad acaba por dar respaldo al refranero cuando dice que el fin justifica los medios… y el precio. La falta de racionalidad afecta a la perspectiva, y ésta a su vez al criterio.
El criterio viene determinado en gran medida por la experiencia. Y la experiencia no es otra cosa que patrones pasados recurrentes que permiten tomar decisiones en el presente porque aclaran la previsibilidad.
La previsibilidad, la posibilidad de vislumbrar que un futbolista va a dar buen resultado, está íntimamente ligada a la probabilidad: comportamientos pasados pueden dar a entender desempeños futuros. Sin embargo, el buen estudio de la probabilidad necesita de muestras de análisis relevantes, generalmente mucho mayores que el periodo de competición de un mundial. Una muestra reducida conduce a decisiones erróneas y fuera de precio. Porque una vez, no son veces. El comportamiento de un futbolista a lo largo de periodos amplios de tiempo tenderá a reproducirse en el futuro con mayor probabilidad que si analizamos unos pocos partidos. A la hora de tomar decisiones correctas sobre un jugador, y evaluar su precio, es recomendable minimizar, o incluso sacar de la ecuación, la variable “golpe de fortuna”. Y cuanto menores son los periodos/partidos a analizar más difusa es la distinción entre capacidad real y suerte.