Un buen amigo mío futbolista me dijo en su día que el fútbol es una mentira. Es cierto que dicho así suena demasiado tajante. Excesivamente categórico. Sin embargo, para comprender dicha afirmación hay que ponerla en su correspondiente contexto.
El fútbol tiene mucho de prestidigitación, de ilusionismo. Se trata más de lo que parece ser que de lo que es realmente. La categorización de los futbolistas es un perfecto ejemplo de ello. ¿De dónde sale la opinión de que tal o cual futbolista es bueno o malo? Voy más allá. Más que el calificativo de bueno o malo, ¿de dónde surge la graduación del valor de un futbolista, de tal manera que éste es mejor, un poco mejor o mucho mejor que el otro? Lanzo estas preguntas al aire porque en ellas radica el caché de un futbolista y, en consecuencia, su valor de mercado.
Y todo surge originariamente de juicios de valor personales, y a todas luces subjetivos, que acaban por constituirse como fuentes de opinión irreprochables. Y dicha irreprochabilidad acaba dando a esa opinión una forma de verdad absoluta.
Siendo esto así poco debería sorprendernos cuando descubrimos de forma tardía talentos que originariamente no fueron “bautizados” a ojos de alguien como tales. Talentos que irrumpen en la primera línea futbolística generando en el espectador la incredulidad propia de no saber dónde se habían metido hasta la fecha, y que de forma casi instantánea, y por comparación, ponen en tela de juicio la valía real de muchos jugadores que hasta la fecha han conformado las plantillas de la categoría. De tal forma que si existiese una permuta de jugadores, el jugador de mayor categoría no destacaría en categorías más bajas y el de menor categoría podría llegar a destacar en la más alta. Y todo ello porque lo que es algo tan relativo como una opinión puntual de alguien no debe ser considerado como algo absoluto.
El mentalismo tiene su lugar, pero bien haríamos todos en creer lo que vemos y no creer lo que otros dicen que tenemos que ver.
Por @PaulFraga